Texto: Yurimia Boscán
Cuenta la
leyenda que hace mucho tiempo existieron siete hadas que tenían el poder de
lanzar polvos de colores mientras volaban. Sin embargo, ningún Dios había
podido otorgarles una misión para el don que poseían.
Fue entonces
cuando a la sabia Atenea se le ocurrió convocarlas a una reunión un día de
lluvia. Cuando del cielo caía un torrencial aguacero, las 7 hadas volaron junto
a la diosa, quien al verlas llegar les pidió hacer un arco gigante con sus
alas. Apenas las hadas comenzaron a revolotear bajo la lluvia, ésta fue dándole
paso al sol, el cual, al traspasar el polvo de colores con sus rayos, formó un
hermoso arcoiris… Atenea dijo entonces a las hadas: no olviden volar los días
de lluvia, pues sus colores tienen por destino darle contento al alma humana.
Alberto Gallego. Los siete colores del arcoiris
Ya
en el año de 1944 la llamaban “La
mascotica” en Radio Maracay, porque desde los tres años cantaba en vivo en la
legendaria emisora aragüeña. Aquella niña de prodigiosa voz que interpretaba
canciones mexicanas, se llamaba Josefina León.



Dice Josefina que este oficio, le permitió a su padre
vivir muchos años en Europa, encargado de las cocinas de los grandes
trasatlánticos que surcaban el océano, de Italia a New York. De él hereda su
afición por la preparación de platos exquisitos y su alma andariega.
Su madre, Hortensia Istúrriz Navas, nace en La
Guaira. Ella será el centro de la vida para Josefina, quien como hija única,
gravita a su alrededor, aprendiendo de ella el amor a Dios, el amor a las
plantas y los oficios del tejido y el bordado, cualidades que Josefina
desarrolla hasta convertirlas en un hermoso arte que se refleja en los detalles
de su cotidianidad.

De vuelta a su pueblo continúa su preparación como
bailarina, esta vez de la mano de Leticia Adames, quien funda su escuela de
Ballet en la vieja casona donde hoy
funciona la Casacuna Consuelo Marturet, en Los Teques
El colegio María Auxiliadora de Los Teques recibe a
la inquieta niña que organizará, en lo sucesivo, todos los actos culturales de
la escuela, cantando y bailando a sus anchas, siempre bajo la mirada amorosa de
su más recordada maestra: Sor Augusta, una monja recién llegada de Italia a
quien Josefina enseña a hablar español.

Pero la joven josefina no encuentra en su matrimonio
el espacio para que crezca la ilusión que había llevado al altar, por lo que se
divorcia años después y asume el reto de sacar adelante a sus tres pequeños.
Es
la etapa más dura que recuerda: trabajar sin parar durante el día y estudiar
por las noches en el Instituto Pedagógico de Caracas.
Recuerda que no fue fácil compartir tantos
roles; sin embargo, ella contaba con sus padres, quienes la apoyan con la
crianza de los niños. Airosa se gradúa
de profesora en Biología y Química en el año 1967. Josefina está rodeada del
aura luminosa del esfuerzo recompensado: Integra la Promoción Cuatricentenario
de Caracas.
El terremoto de Caracas es fundamental en su decisión
de buscar nuevos rumbos como profesional, así que la joven no titubea ni un
segundo en tomar a sus hijos y mudarse, junto a sus padres a Valencia, en el
estado Carabobo.
En Valencia, Josefina comienza a trabajar en el liceo
Enrique Bernardo Núñez. Allí, la joven y bella profesora participa en un
intercambio de regalos. Le sale el nombre de un apuesto profesor de inglés llamado
Félix Rodríguez a quien, paradójicamente ella también le toca. Años después,
Josefina y Félix, profundamente enamorados,
emprenden el reto de construir la familia que ella siempre había soñado.
Mérida es la ciudad que acoge a la nueva pareja, quienes
comienzan a trabajar duro para salir adelante con la crianza de los niños. La
familia crece con la llegada de su cuarto hijo: Félix Miguel, quien llena de
ternura la vida de sus hermanos mayores.
Su madre Hortensia y su amor por Los Teques marcan el
retorno a esta ciudad. Josefina y Félix fundan entonces el liceo Vicente
Salias. Cuentan para esa tarea con el apoyo de un hermoso equipo.

El liceo Miranda abre de nuevo sus puertas, y
Josefina tiene el privilegio de compartir profesionalmente con quienes habían
sido sus maestros: Haroldo Suárez y Raúl Ortuño Suárez, fueron sus referencias
como estudiante y como profesional, por lo que no era raro ver a Josefina
detrás de sus mentores, con la misma devoción de cuando era una adolescente.
Como profesora, el liceo será para ella el lugar de
la amistad, pues allí fragua sólidos lazos con quienes abonan por siempre el
fértil terreno de su corazón: Nancy Escobar, la hermana que nunca tuvo; Dilcia
Josefina Abzueta, amiga irreductible en la dicha y la desesperanza; Carlos
Grimán, Noemí Grimaldi, el “Negro” Acosta, Naudi Camacaro, Armando Hernández y
el profesor Morao…. son personajes análogos a música, teatro, poesía,
excursiones, paseos y luchas.
Josefina recuerda que los últimos años que pasó en el
liceo se caracterizaron por haber librado una dura batalla para preservar los
terrenos verdes de la institución educativa, tristemente negociados para la
construcción de un edificio. Nada pudo hacer contra la injusticia… Josefina ve
caer uno a uno los árboles sembrados por ella y sus alumnos… y se va.

Años más tarde, al igual que su esposo Félix,
Josefina ingresa al Colegio Universitario de Los Teques, donde imparte clases
en la carrera de Preescolar. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que su
espíritu de artista la emplazara a recuperar su condición. Para alegría de sus
alumnas, Josefina funda la cátedra de títeres, y comienza una nueva etapa con
sus estudiantes, con quienes visita hospitales para llevarles esperanza a los
niños recluidos.
Decidida a entregarse por completo a su verdadera
esencia, realiza estudios en Caracas: la especialización en Administración y
promoción cultural y el posgrado en Danzas folklóricas latinoamericanas sellan
su compromiso.
Josefina funda entonces el grupo de danzas Cecilio Acosta, y meses
después es nombrada jefa de Extensión Universitaria. Sus años como
extensionista, los comparte con un talentoso equipo conformado por Epifanio
Cordovez, Miguel Castillo Didier, Mario Milanca Guzmán, Nerio Bracho, Ramón Barrientos,
Rosalina García, Perla Vonasek, María Escalona y Armando Morante, entre otros,
dan cuenta de una gestión que sigue siendo recordada como la “época de oro” del
Cultca.
Retrospectiva, Josefina cuenta las anécdotas que
vivieron durante los montajes de los nacimientos vivientes del Cultca en el
estadio Guaicaipuro, cuando trasladaban en sus carros a chivos y ovejas.


Mujer de vanguardia, luchadora, amante de los
animales, madre solidaria, compañera fiel y amante esposa, docente de pura cepa
y abuela incondicional, Josefina sigue temiéndole a los truenos y robando sonrisas
cuando engalana la cocina de la casa grande con sus exquisitas recetas.


Josefina fue mi profe de Folclor en el Cutca y cuando dejo el Cutca me escogio ,para que yo diera su materia,me regalo sus libros ,hicimos una bella amistad con Feliz y mi esposo,los recuerdo con mucho cariño!
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