N° 8. Josefina León, más allá del arcoiris



Texto: Yurimia Boscán


 
Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo existieron siete hadas que tenían el poder de lanzar polvos de colores mientras volaban. Sin embargo, ningún Dios había podido otorgarles una misión para el don que poseían.
Fue entonces cuando a la sabia Atenea se le ocurrió convocarlas a una reunión un día de lluvia. Cuando del cielo caía un torrencial aguacero, las 7 hadas volaron junto a la diosa, quien al verlas llegar les pidió hacer un arco gigante con sus alas. Apenas las hadas comenzaron a revolotear bajo la lluvia, ésta fue dándole paso al sol, el cual, al traspasar el polvo de colores con sus rayos, formó un hermoso arcoiris… Atenea dijo entonces a las hadas: no olviden volar los días de lluvia, pues sus colores tienen por destino darle contento al alma humana.

Alberto Gallego. Los siete colores del arcoiris  



 
Ya en el año de 1944 la llamaban “La mascotica” en Radio Maracay, porque desde los tres años cantaba en vivo en la legendaria emisora aragüeña. Aquella niña de prodigiosa voz que interpretaba canciones mexicanas, se llamaba Josefina León.


Josefina cuenta que la vena artística la heredó de su familia paterna, donde la música fue casi una religión. Su abuela Clemencia, pianista de pura cepa, heredó su arte a sus dos hijas: Clemencita, quien combinó la ejecución del instrumento con el arte de pintar, y Carmen Felícita, quien se inclinó por el canto lírico y ya a principios del siglo XX había conquistado los más exigentes escenarios operísticos del mundo, siendo la primera mujer venezolana en cantar en el Teatro La Scala.

Con la herencia de la abuela y las tías en el alma, Josefina se muda a Los Teques a la edad de 4 años. Su infancia oscila entre hacer piruetas en los árboles y bajar a Caracas para cantar en la Radiodifusora Venezuela, donde era la estrella del programa Kindergarten Infantil, encantando a los radioescucha con su desenvoltura frente al micrófono.

Para Josefina, su padre, Miguel Antonio León Morales, es su más fuerte referencia de vida y el mejor cuentacuentos que haya conocido. De él aprendió a mirar al prójimo, a dar sin esperar recibir, a desprenderse de las cosas materiales, a amar a los animales y a escuchar ópera, pues solía sentarse largo rato junto a él para oírlo cantar de memoria áreas completas de sus obras favoritas. Ella lo describe como un caraqueño de espíritu aventurero y un extraordinario cocinero, quien siempre manifestaba su orgullo por haberse graduado de chef en la reconocida escuela parisina Cordon Blue.
 
Dice Josefina que este oficio, le permitió a su padre vivir muchos años en Europa, encargado de las cocinas de los grandes trasatlánticos que surcaban el océano, de Italia a New York. De él hereda su afición por la preparación de platos exquisitos y su alma andariega.
Su madre, Hortensia Istúrriz Navas, nace en La Guaira. Ella será el centro de la vida para Josefina, quien como hija única, gravita a su alrededor, aprendiendo de ella el amor a Dios, el amor a las plantas y los oficios del tejido y el bordado, cualidades que Josefina desarrolla hasta convertirlas en un hermoso arte que se refleja en los detalles de su cotidianidad.


 En 1950 regresa a Maracay y comienza sus estudios de ballet con Natalia Vodisko; por ese tiempo, también incursiona en las artes escénicas.

De vuelta a su pueblo continúa su preparación como bailarina, esta vez de la mano de Leticia Adames, quien funda su escuela de Ballet en la vieja casona donde hoy  funciona la Casacuna Consuelo Marturet, en Los Teques

El colegio María Auxiliadora de Los Teques recibe a la inquieta niña que organizará, en lo sucesivo, todos los actos culturales de la escuela, cantando y bailando a sus anchas, siempre bajo la mirada amorosa de su más recordada maestra: Sor Augusta, una monja recién llegada de Italia a quien Josefina enseña a hablar español. 

 


A los 17 años, se gradúa de bachiller. Integra orgullosa la primera promoción del liceo Francisco de Miranda, en Los Teques. Por esa época, conoce a quien sería su primer esposo. Josefina tiene tres hijos: Atahualpa; Yurimia, y Walter.

Pero la joven josefina no encuentra en su matrimonio el espacio para que crezca la ilusión que había llevado al altar, por lo que se divorcia años después y asume el reto de sacar adelante a sus tres pequeños. 
Es la etapa más dura que recuerda: trabajar sin parar durante el día y estudiar por las noches en el Instituto Pedagógico de Caracas.
 
Recuerda que no fue fácil compartir tantos roles; sin embargo, ella contaba con sus padres, quienes la apoyan con la crianza de los niños.  Airosa se gradúa de profesora en Biología y Química en el año 1967. Josefina está rodeada del aura luminosa del esfuerzo recompensado: Integra la Promoción Cuatricentenario de Caracas.

El terremoto de Caracas es fundamental en su decisión de buscar nuevos rumbos como profesional, así que la joven no titubea ni un segundo en tomar a sus hijos y mudarse, junto a sus padres a Valencia, en el estado Carabobo.

En Valencia, Josefina comienza a trabajar en el liceo Enrique Bernardo Núñez. Allí, la joven y bella profesora participa en un intercambio de regalos. Le sale el nombre de un apuesto profesor de inglés llamado Félix Rodríguez a quien, paradójicamente ella también le toca. Años después, Josefina y Félix, profundamente enamorados,  emprenden el reto de construir la familia que ella siempre había soñado. 

 
Mérida es la ciudad que acoge a la nueva pareja, quienes comienzan a trabajar duro para salir adelante con la crianza de los niños. La familia crece con la llegada de su cuarto hijo: Félix Miguel, quien llena de ternura la vida de sus hermanos mayores.

Su madre Hortensia y su amor por Los Teques marcan el retorno a esta ciudad. Josefina y Félix fundan entonces el liceo Vicente Salias. Cuentan para esa tarea con el apoyo de un hermoso equipo.

El camino de entrega y solidaridad que emprenden junto a Paula Guaitero de Galindo, Sada Yúnez, Nerio Bracho, el Padre Torres y muchos otros, aún hoy es recordado por quienes fueron sus alumnos.

El liceo Miranda abre de nuevo sus puertas, y Josefina tiene el privilegio de compartir profesionalmente con quienes habían sido sus maestros: Haroldo Suárez y Raúl Ortuño Suárez, fueron sus referencias como estudiante y como profesional, por lo que no era raro ver a Josefina detrás de sus mentores, con la misma devoción de cuando era una adolescente. 
 
Como profesora, el liceo será para ella el lugar de la amistad, pues allí fragua sólidos lazos con quienes abonan por siempre el fértil terreno de su corazón: Nancy Escobar, la hermana que nunca tuvo; Dilcia Josefina Abzueta, amiga irreductible en la dicha y la desesperanza; Carlos Grimán, Noemí Grimaldi, el “Negro” Acosta, Naudi Camacaro, Armando Hernández y el profesor Morao…. son personajes análogos a música, teatro, poesía, excursiones, paseos y luchas. 

Josefina recuerda que los últimos años que pasó en el liceo se caracterizaron por haber librado una dura batalla para preservar los terrenos verdes de la institución educativa, tristemente negociados para la construcción de un edificio. Nada pudo hacer contra la injusticia… Josefina ve caer uno a uno los árboles sembrados por ella y sus alumnos… y se va.

Josefina cuenta entre sus más dulces recuerdos la compra de la casa de Colinas de Carrizal, donde nació su quinto hijo Luis Antonio y donde aún viven. Recuerda con amor los sacrificios que debieron para que los niños pudieran crecer en medio de los árboles y riachuelos que florecían entre las verdes montañas de sus sueños…

Años más tarde, al igual que su esposo Félix, Josefina ingresa al Colegio Universitario de Los Teques, donde imparte clases en la carrera de Preescolar. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que su espíritu de artista la emplazara a recuperar su condición. Para alegría de sus alumnas, Josefina funda la cátedra de títeres, y comienza una nueva etapa con sus estudiantes, con quienes visita hospitales para llevarles esperanza a los niños recluidos.
 
Decidida a entregarse por completo a su verdadera esencia, realiza estudios en Caracas: la especialización en Administración y promoción cultural y el posgrado en Danzas folklóricas latinoamericanas sellan su compromiso.

Josefina funda entonces el grupo de danzas Cecilio Acosta, y meses después es nombrada jefa de Extensión Universitaria. Sus años como extensionista, los comparte con un talentoso equipo conformado por Epifanio Cordovez, Miguel Castillo Didier, Mario Milanca Guzmán, Nerio Bracho, Ramón Barrientos, Rosalina García, Perla Vonasek, María Escalona y Armando Morante, entre otros, dan cuenta de una gestión que sigue siendo recordada como la “época de oro” del Cultca.
 
Retrospectiva, Josefina cuenta las anécdotas que vivieron durante los montajes de los nacimientos vivientes del Cultca en el estadio Guaicaipuro, cuando trasladaban en sus carros a chivos y ovejas.

Evoca las vivencias compartidas durante la producción de la obra teatral Manuela Sáenz, dirigida por María Escalona, y las publicaciones de libros y hojas de poesía, los grandes conciertos de la estudiantina, la coral dirigida por Luis Emilio Rondón,  las conferencias, las agrupaciones invitadas, los bailes de salón, las exposiciones de pintura, en fin…el arte fluyendo a borbotones en la savia que transpira ese motor de vida que sigue siendo Josefina a sus 70 años.

Compartió su trabajo en el Cultca con un sueño que logró hacer realidad en 1985, al lado de la hermana Aura Margarita Peláez, directora del colegio San José de Tarbes de Los Teques, donde le da vida al Grupo de danzas Arcoiris con el que toma la sala Emma Soler del Complejo Cultural Cecilio Acosta de Los Teques dos veces al año durante casi un lustro, llevando a la escena un repertorio dancístico que recorre el mundo entero en sus coreografías. 

Mujer de vanguardia, luchadora, amante de los animales, madre solidaria, compañera fiel y amante esposa, docente de pura cepa y abuela incondicional, Josefina sigue temiéndole a los truenos y robando sonrisas cuando engalana la cocina de la casa grande con sus exquisitas recetas.
 
Ella, la de hermoso rostro a pesar de los años y las ausencias, fue la mandolina, el cuatro y la guitarra de sus hijos mayores, la voz a dúo en las canciones que les enseñó a cantar y a tocar . 

 Es el juego de yaki rebotando en el porche de la casa, la que nunca se ha quejado por dormir meses en un hospital al lado de sus afectos, la que apuesta su vida por seguir viendo unida a la familia a pesar de los adioses, de los rudos adioses a sus hijos Atahualpa y Walter, y de su eterno compañero y esposo Félix Rodríguez, quien trasmutado en amor eterno la nutre para que encuentre la fuerza de seguir la ruta en la promesa de encontrarse algún día…

 Ella es Josefina León, la que deshoja el recuerdo en con valor y deja fluir su alma multicolor a pesar de todos los grises que ha debido pintar en la acuarela de su vida. Es el hada que compró una casa y la convirtió en nido donde empolla nietos, nietas y bisnietos para abonar con sus vivencias un lugar que estará siempre… más allá del arcoiris…





















1 comentario:

  1. Josefina fue mi profe de Folclor en el Cutca y cuando dejo el Cutca me escogio ,para que yo diera su materia,me regalo sus libros ,hicimos una bella amistad con Feliz y mi esposo,los recuerdo con mucho cariño!

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