Texto: Yurimia Boscán
La mayoría de los
seres humanos son como las hojas que caen de los árboles, que vuelan y revolotean por el aire, vacilan y
por último se precipitan al suelo.
Otros casi son
como estrellas, siguen su camino fijo, ningún viento los
alcanza, pues llevan en su interior su ley y su meta.
Fragmento de Siddhartha. Herman
Hesse
Amiga fiel y amante de la naturaleza, Amelie Areco
es una creadora cuya mayor virtud radica en la honestidad con la que vive una
vida que asombra por su modestia a quienes la conocen, aun cuando su obra ha
sido reconocida con importantes premios a lo largo de su trayectoria como
artista plástico.
Su afán por la libertad, el
amor por los viajes y la aventura de los caminos, vinieron en el paquete que
trajo Amelie al nacer, pues la niña que habría de ver la luz el sol en la
ciudad de Panamá, llegó a Venezuela a la
edad de 3 años.
Amelie refiere que sus abuelos maternos, Alfredo
Wendehaka y Luisa Parra, abandonaron Venezuela atemorizados por el
derrocamiento del presidente Rómulo
Gallegos. En busca de nuevos aires, se residencian en Panamá.
Con ellos, llevan a su hermosa hija Anita, quien al
poco tiempo conoce a Ricardo Areco, un apuesto uruguayo hijo del cónsul, quien
se prenda de la belleza de la joven.
La pareja se casa y de su unión nacen dos niñas:
Amelie y Gisela, hoy habitante de lo etéreo.
Con una tentadora oferta de la compañía petrolera
CREOLE, la madre de Amelie decide regresar a Venezuela.
Su esposo no la acompaña, pero Anita no se amilana
y airosa se instala con sus padres y sus dos hijas en la ciudad de Maracaibo,
en el estado Zulia.
Ese será un tiempo inolvidable para Amelie, cuyos
recuerdos perpetúan en su memoria el tibio solar de la casa, donde aprende a
trepar árboles, a contemplar las iguanas y a convivir con los colores luminosos
de la tierra, las plantas y las flores.
Rememora con ternura el gallinero de la abuela, la
jaula de los pájaros con su gigantesco árbol central, los juegos matutinos con
agua, los frutos generosos del huerto y los asustados conejos que escapaban del
correteo de sus primos.Por ese entonces, estudia primaria en el colegio
La Merced, y entre estudios y diversiones, descubre sus cualidades para el
teatro y la danza.
Cuando Amelie tenía 9 años, su madre es trasladada a
Caracas. El cambio es abrupto, pero la niña se adapta y continúa sus estudios
en el colegio Santo Domingo de Guzmán, en El Rosal, donde comienza a cantar en
la coral.
Su madre se casa por segunda vez y el matrimonio trae consigo una nueva mudanza, esta vez para la zona de La Trinidad, en
Caracas.
Los abuelos se separan entonces de la nueva
familia y hacen su vida en la zona de El Hatillo, lugar que más adelante
marcará para Amelie el retorno al afecto sincero.
Amelie recuerda que para ella era una aventura
robarse los libros de la biblioteca familiar para intercambiarlos con los
amigos y discutirlos en amenas reuniones.
Eran tiempos de grandes bonanzas económicas para
la familia; no obstante, la holgura financiera no llena las grietas que por ese
tiempo ensombrecen la vida de Amelie, cuyo espíritu sensible se rebela contra
la infelicidad que tapiza las paredes de la casa materna. El lujo que la rodea no logra contener la soledad
que le traspasa el tuétano.
Sin nadie a quien acudir en una casa repleta de
artefactos y vacía de calor humano, Amelie busca el abrazo necesario y vuelve a
su raíz: La casa humilde de los abuelos se abre generosa
para albergar el alma de quien vivirá los siguientes años a su lado.
Amelie estudia bachillerato entre el Instituto
Escuela y el instituto Santa Rosa de Lima, en Prados del Este. Serán días de descubrimientos musicales y tardes
compartidas con sus queridos amigos Kelly y Miguel, con quienes rasga la
guitarra, traduce las canciones del momento y se nutre de buena literatura:
Los Beatles, Simon and Garfunkel, Alan Parson
Project, Génesis y Pink Floyd, entre otros, serán telón de fondo para las
lecturas de Henry Miller, Herman Hesse, Morris West, Krishnamurti, Tagore, Gibram y los clásicos griegos, entre
los muchos autores que irán consolidando la férrea cultura de Amelie.
La filosofía de Amelie se nutre de Tagore, pues
para ella lo importante no está en poseer la verdad, sino en que cada ser
humano tenga su propia verdad. También
comulga con la frase de Albert Einstein que sostiene que la imaginación es más importante que el conocimiento, porque
el conocimiento es limitado y es, la imaginación la que rodea el mundo.
Amelie se inscribe en el Instituto de Diseño Newman,
del Ince y se gradúa en Diseño Gráfico. En su trajinar por la institución educativa conoce
a Abilio Padrón, quien la incita a seguir pintando, deslumbrado por su talento
en el manejo del color.
Las palabras de Padrón se hacen tinta indeleble en
el corazón de la futura artista, y matizan su pacto con el destino y, años más
tarde, se gradúa con honores en el Art Center College of Design, de Los Ángeles, California.
Pero hablar de Amelie es hablar de la conjunción
de contrarios, del ying y el yang, de las dos caras de la moneda que siempre
forman la unidad: Como mujer,
se resiste a sentirse atada a una situación y le disgustan los pormenores…Pero cuando aflora la pintora, la artista se crece
en el detalle, y como buena hija de Júpiter, se torna paciente y minuciosa.
La versatilidad de Amelie la lleva a aproximarse a
diferentes disciplinas del arte: coquetea con la fotografía y le da rienda
suelta a su voz de soprano lírico, como miembro de la coral de la Universidad Simón
Bolívar, a cargo de Alberto Grau, agrupación con la que recorre Europa. Rememora emocionada cuando el magistral coro canta en la Abadía de Monserrat
en Barcelona, España, y se gana, entre muchos, el honor de abrir el
Festival de coros de Londres. Su mente abierta a las nuevas ideas, hace de
aquellos días un tiempo de amigos, viajes, giras, violines, guitarras y
serenatas.
El destino
la separa del canto debido a una afección severa en las cuerdas vocales. El
trance resulta doloroso, pero Amelie, dotada del poder del optimismo aun cuando
las cosas se tornen difíciles, pone todo su ser al servicio de la pintura.
Es llamada a realizar una investigación en la
Guajira venezolana, para ilustrar uno de sus más famosos libros: El burrito y la Tuna, laureado por la
Biblioteca Nacional como el mejor libro de 1983.
Recuerda que aquellos días combinaba el ejercicio
coral con el universo del jazz, música con la que se conecta espiritualmente
gracias a la influencia de su padrastro, gran conocedor del género.
Mención aparte merece su trayectoria por la
Revista Tricolor, editada por el Ministerio de Educación, y su inigualable
manejo del color en otro libro famoso por sus ilustraciones: El cocuyo y la mora, un cuento pemón con
el cual obtiene un importante galardón en 1979.



Amelie cuenta en su haber con las ilustraciones de
otros libros: El tigre, el pemón y la
luna, un cuento indígena venezolano; Vuela,
pokita, vuela, un texto de autoestima para niños; De cómo
Panchito Mandefuá cenó con el niño Jesús, de José Rafael Pocaterra, y recientemente, el libro Santiago de León de Caracas, donde se consolida como investigadora
y poeta del dibujo, dando cuenta de una realidad, pasada y presente, que
emprende un periplo por toda nuestra identidad.
También ha ilustrado las portadas de los CD de
algunos grupos y músicos venezolanos como Témpano, Ese Valerio y Saúl Vera
Sin embargo, para ella su trabajo más hermoso fue la
elaboración del juego educativo KARA-I hecho para la Fundación OGA, donde
recrea las culturas de diversas etnias latinoamericanas. El esfuerzo de tres años dedicados a la
investigación fue recompensado en el 2002, al ser escogido por el Ministerio de
Educación como el mejor juego educativo a nivel nacional.
Amelie Areco nació el 07 de diciembre de 1952 y
actualmente vive en La Carlota.
Su ética personal la hace afecta a la justicia
social. Su alma romántica sigue conmoviéndose al escuchar la música clásica, le
encanta meditar, emprender nuevos proyectos y aprender cosas nuevas.

Otra faceta importante de Amelie es su desempeño como
docente. Ha sido profesora de las cátedras de Color, Ilustración y Dibujo en
prestigiosas instituciones como la escuela de Diseño Caracas; el Centro de
Diseño Digital La Perera; la Escuela de Arte Cristóbal Rojas; la Universidad
Central de Venezuela, y las universidades Vargas, Metropolitana y Santa María. Actualmente, enseña Técnicas experimentales e
ilustración experimental en la escuela de Comunicación visual y diseño de
Caracas, Prodiseño.

Ciudadana de la comarca de la amistad, Amelie tiene
pasaporte abierto en todos los rincones de Venezuela, país cuyos mercados y
ciudades ha recorrido calentando las casas de los afectos perdurables. Como un espejo que se recrea a sí mismo, Amelie
trajina el laberinto de lo originario, convertida en pincel que sigue dibujando
encuentros como premisa de vida
La Sra Amelie Areco es un tesoro invaluable. La amo.
ResponderEliminarUna hermosa y dulce voz...recuerdo su oh.poo little Jesús
ResponderEliminarMucho gusto me da saber de ti Amelie, nos graduamos juntas de bachiller. Me alegra profundamente tu éxito. Ana Sofía Gallardo
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