Texto: Yurimia Boscán
Cada canción es un remanso del amor.
Cada lucero, un remanso del tiempo.
Un nudo del tiempo.
Y cada suspiro,
Cada lucero, un remanso del tiempo.
Un nudo del tiempo.
Y cada suspiro,
un remanso del grito.
FEDERICO GARCÍA LORCA
Rosalina
García nace en Humocaro alto, estado Lara en 1946, año durante el cual la
agitada Venezuela llama a una Asamblea Nacional Constituyente que culmina en
una nueva Constitución.
Lejos estaba la niña de aquella Caracas convulsionada, pues por ese tiempo Rosalina vive en una casa que, poeta al fin, ella sigue habitando desde los entretiempos serenos de su palabra.
Lejos estaba la niña de aquella Caracas convulsionada, pues por ese tiempo Rosalina vive en una casa que, poeta al fin, ella sigue habitando desde los entretiempos serenos de su palabra.
Como
en un cuento de principios de siglo, los recuerdos y fantasmas se agolpan en su
verbo: padres, tíos, abuelas, hermanas… Los
afectos que evoca traspasan los cuartos y corredores de la vieja casona
colonial, que se dibuja exacta en su zaguán, en su patio sembrado de rosas
blancas, en el amplio baño cuyo techo era un hermoso jazminero, en el solar
donde abrevaban las vacas, en el horno de adobe y en su oratorio, perfecto para
la palabra divina…
Prendida de aquella estancia que luego del
terremoto del 10 de mayo de 1950, ella ve caer derruida bajo el empuje de un
tractor, Rosalina reconstruye la casa en su memoria y la coloca en el
portarretrato más sagrado de su alma.
Junto a sus padres, Miguel Ángel García y Ofelia
Alvarado, y sus 4 hermanas menores, Rosalina se muda a un pueblecito agrícola llamado
Paraíso de Chabasquén, ubicado en el estado Portuguesa, muy cerca de Biscucuy.
En ese poblado de grandes árboles y flores, Rosalina estudia su primaria en la escuela Francisco Hoz Barrios.
En ese poblado de grandes árboles y flores, Rosalina estudia su primaria en la escuela Francisco Hoz Barrios.
Como
latidos que cuentan el afecto de manera regresiva, de los labios de Rosalina
brotan los nombres de su maestra de primer grado, Rosita Altuve, y de sus
compañeritos de infancia: Silvio, Moisés,
Enriqueta, José Valera y Toñita, eternizados por su pluma en los personajes que
describe en sus cuentos para niños.
La adolescencia la sorprende interna en el colegio de las religiosas dominicas Nuestra Señora de Fátima, en Boconó, donde cursa su bachillerato.
Fue un tiempo crucial para abonar con lecturas su espíritu inquieto, que se abría tímido a la escritura de poesía.
En 1967 egresa como profesora de Inglés y de Castellano y Literatura del Instituto Universitario Pedagógico Experimental de Barquisimeto.
Recuerda
a sus profesores como seres humanos integrales que nutrieron la tierra fértil
de su intelecto y de su corazón, pues para ella es vital sentir pasión por lo
que se hace, sobre todo si ese hacer marca la ruta a seguir el resto de la existencia.
Francisco
Uguel, Manuel Moreno, Ana Emilia Mauriello,
Ernestina Salcedo Pisani, Gladis de Rojas y Conchita de Roa, son algunos
de los nombres que hicieron de ella una maestra que enseña a perpetuar el amor
por aprender más allá del aula de clases, pues para Rosalina son esenciales los
valores para ejercer la docencia.
Por
ello, responsabilidad, calidad y decencia son pilares fundamentales para quien
decide hacer de la enseñanza un apostolado.
Llena
de firmes convicciones, el destino pone en su camino un nombramiento que la
lleva hasta el liceo Muñoz Tébar de Los Teques, donde Rosalina trabaja día y
noche.
Cuando
mira atrás, las lágrimas son testigos de su nostalgia por la amable ciudad llena
de árboles y casonas que la recibió antaño, y que hoy se pierde en el mapa compulsivo
del progreso.
Además,
impulsó la Revista literaria Sigma y llenó de poesía todos los rincones del
Departamento de Extensión Universitaria, donde se desempeñó como jefa.
Ambos viven en una mágica casa ubicada en las afueras de Los Teques, en un paraje con árboles plantados por los dos hace 40 años, donde los pájaros se arrullan con las caídas de agua en medio de las piedras ancestrales de Segundo, quien cultiva las flores del jardín como metáfora de amor para su eterna compañera.
Mención especial merece la reciente incorporación de Rosalina como individuo de número a la Academia de la Lengua Española, donde ejerce con sapiencia el oficio de sembrar el idioma como la más cara semilla, cuyos frutos habrán de recogerlos las generaciones futuras. Sin embargo, a pesar de sus múltiples facetas, el oficio que la define como artesana de la palabra es la poesía.
Ella es espiral que envuelve la montaña en una mirada que busca el poniente con su aire tibio de brotes luminosos, es alabanza divina, remanso de una palabra que suena y resuena por un universo atemporal que la eterniza…
Detalles de la casa de Rosalina
Los detalles del bar de Segundo, su esposo
Algunos textos en la voz de la poeta
De
alma serena, dulce voz y una capacidad infinita para relacionarse y adornar con
amigos el huerto de sus querencias, Rosalina refiere que mantiene intactos los
recuerdos de la gente que compartió con ella ese tiempo de goce por el hallazgo
de aprender, en medio del esfuerzo que la convirtió en una asidua visitante de
las bibliotecas más prestigiosas del país.
Se
sabe hija de un país repleto de grandes valores humanos, de gente ilustrada y
artistas sensibles. Evoca
a quienes la han acompañado en su caminar, profesores o colegas, dejando una
estela de nostalgia que salpica uno a uno los nombres que salen de sus labios
como letanías: Pedro Beroes, Arturo Uslar Pietri, Noel Salomón,
Oscar Sambrano Urdaneta, Gustavo Luis Carrera, Ítalo Tedesco, Argenis Pérez
Huggins y Oswaldo Larrazábal Henríquez, entre otros…
Rosalina
tiene tres hijos que son su aliento: Cristian Ernesto, Segundo Gonzalo y
Natalia Gabriela, madre del pequeño Matheus Daniel, el nieto que ha venido a
renovar la promesa de vida que brota.
Desde
1968 está casada con Segundo Jiménez, un profesor de literatura de origen
ecuatoriano que, como ella, ha hecho de nuestra lengua un altar.
Ambos viven en una mágica casa ubicada en las afueras de Los Teques, en un paraje con árboles plantados por los dos hace 40 años, donde los pájaros se arrullan con las caídas de agua en medio de las piedras ancestrales de Segundo, quien cultiva las flores del jardín como metáfora de amor para su eterna compañera.
Como
poeta y crítica literaria, Rosalina ha colaborado con diarios y revistas, ha
ofrecido recitales y conferencias en su país y en el exterior, y se ha hecho
merecedora de importantes reconocimientos en su ejercicio poético, pues en 1987
obtuvo la mención de poesía en la IX bienal José Antonio Ramos Sucre, en la
Universidad de Oriente.
Ha
publicado los libros de poesía: Doce cantos; De íntima brasa; De costado a sol
y otras vigilias; Poesía; Ave de caza;
Huerto Insomne y Cántigas.
Tiene
diversos ensayos que dan cuenta de su trabajo como investigadora, entre ellos:
La Literatura infantil en el preescolar;
Literatura Venezolana; Ramos Sucre a través de los cristales y una
antología de poesía infantil.
Es
miembro de la sociedad de escritores de Venezuela y ha ocupado cargos que han
impulsado el quehacer poético en todas sus dimensiones:
Integra
la Academia Iberoamericana de Poesía y se desempeña como corresponsal de las
revistas Actual, de la Universidad de Los Andes, y Carta de poesía, de la
Asociación Prometeo de Madrid. Mención especial merece la reciente incorporación de Rosalina como individuo de número a la Academia de la Lengua Española, donde ejerce con sapiencia el oficio de sembrar el idioma como la más cara semilla, cuyos frutos habrán de recogerlos las generaciones futuras. Sin embargo, a pesar de sus múltiples facetas, el oficio que la define como artesana de la palabra es la poesía.
Es
una manera de ver el mundo, desde cualquier parte del arte que se ubique el
artista: porque todo puede ser poesía si existe la aprehensión iluminada de las
cosas…
Está
convencida de que aun cuando los motivos sean amargos, la poesía siempre embellece
las palabras que brotan de quien las conjura en el texto.
Para
ella, el escritor, dormido o en vigilia, siempre es mago del verbo.
Afirma
que cuando un poeta pasea, comparte con la gente o trabaja, no deja de ser creador; de allí, la necesaria pureza de
vida, corazón y pensamiento.
Dice
Rosalina que la pureza del poeta viene acompañada de libertad, del sentimiento
de pertenencia al infinito, respetando la materia como creación de Dios.
Y eso se consolida con vida sencilla,
desprendida de la ambición mundana; con vida amorosa, en comunión con los otros
y con la naturaleza; y con vida alegre, ante el goce de sentir la belleza
presente en lo que nos rodea. Ella es espiral que envuelve la montaña en una mirada que busca el poniente con su aire tibio de brotes luminosos, es alabanza divina, remanso de una palabra que suena y resuena por un universo atemporal que la eterniza…
Detalles de la casa de Rosalina
Los detalles del bar de Segundo, su esposo
Del poemario De íntima brasa
La Fuente
A menudo
quema con sus cristales acerados
y separa la carne de los huesos
Y sobreviene
la imagen del consuelo
los pobres en su último respiro
(Cristo en absoluta desnudez)
abandonados
como niños a la muerte
Penélope
Sobre las aguas oscuras del olvido
con hilo antiguo tejo una red de oro,
trama engañosa que desafió la espera
con la continua urdimbre de la tela.
Al fin del ejercicio
sólo queda
la sangre empapando las guedejas, sedienta lana
que bebe mi existencia
pendiente de la punta de la aguja.
DE MIS TRAJES
I
El domingo en la mañana
Llevo
Este sombrero azul,
De ala dorada
Por tu fuego.
Camino
Y los senderos
amarillean con su luz
Tiene una pluma intacta
de la muda del verano
que escribe
en aroma silabario
la palabra
“amor”.
Un día mi madre
se prendió al pecho
piedras de humilde orfebrería
vendidas por viajeros ambulantes.
Recuerdo su diligencia
al colocarlas en la tela
aquella tarde
que multiplica su nostalgia
en el sesgo del día.
EL VERANO
(a Lubio
Cardozo)
Uno es el bosque herido con mi amor,
Una,
Su aridez
Después de las candelas.
Su ceniza ardiente en mi vestido
Hace rescoldo al sueño
Y más se enciende
Con el paso fugaz de tu hermosura.
Ascético señor,
Brasa me vuelves:
-ni huesos-
arrebatado temblor
de las candelas.
“Parfait amour”
Si usted me amara
ahora cuando adelanto letras al escribir
y el alma comienza a verse en los huesos de la cara,
ahora cuando quedan regazos de frescura,
yo escalaría sus torres en la noche.
Entonces sabría
de la gota de miel de mi saliva
y de su mínima retama
perfecta para el beso de su boca.
DIARIO
Abril y el verano
se parece a ti:
colocan sus vituallas
de olor y sus enceres
sobre hierbas
desvanecidas.
Son brevísimas cosas
las de ustedes:
una rosa
cultivada por un negro
de Virginia, en el Sur,
un clavo de olor
en 1832
y un diario
muy pequeño,
donde anotan
itinerarios de viajeros
extrañados
En los puertos.
El sol escribe en llamas,
abril en besos
y tú en nostalgia
de la lluvia
que te hala
memorias
del cabello.
EL AMOR
SIEMPRE FUE
El amor siempre fue
una golondrina
del campo
que salió
de su
encierro
y no quiso
volver.
Se escondió
en una casa antigua
donde habita
como un Dios.
a ver su estirpe.
su doncellez
sino sabes
callar.
Algunos textos en la voz de la poeta
gracias por encontrarme con una grata sorpresa
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