Texto y fotografías: Yurimia Boscán
Cada
música es un lenguaje en sí mismo,
una
comunión entre los músicos y sus instrumentos.
Constituye
la verdadera libertad de expresión
que nace
de un reino
que las palabras no pueden describir…
Es
lenguaje del corazón
que
libera, encanta, despierta, fascina y embriaga...
Jeque Aly N’Daw


Alberto José Requena Rivera vive en Los
Robles, municipio Aguirre, en la isla de Margarita. Su casa no es una casa
común. En su interior fluye una energía que se siente brotar de las paredes
repletas de carteles que informan a los interesados de horarios, clases y
conciertos.

Los instrumentos orquestales son parte de
la decoración, así como una inmensa pizarra verde que simula el pentagrama
donde Alberto coloca las notas, símbolos de su entrega y dedicación para con
sus estudiantes, quienes se crecen con claves y sonidos que, alegóricamente,
descifran el alma de su maestro.
Alberto Requena nació en La Asunción,
estado Nueva Esparta, el 23 de febrero de 1943. Allí creció bajo la mirada
amorosa de Juana Bautista Estaba y Ricardo Requena, sus padres.
Su madre era de un pueblito llamado Los
Hatos, ubicado en el municipio Gómez, y
su padre de La Asunción. Cuenta que se conocieron en uno de los muchos viajes
que hizo Juanita a la capital de Nueva Esparta para vender los cortes de tela
destinados a la confección de ropa.
La pareja procreó tres hijos: Alberto, Nélida y
Carmencita, quienes crecieron en un ambiente humilde, pero de sólidos
principios morales.
Alberto recuerda que desde los 8 años debió
trabajar en los más diversos oficios, pues su padre, que era frutero, se
lesionó el cuello tras caer de una mata de coco.
El accidente del padre, selló para
Alberto la posibilidad de disfrutar una infancia común. A pesar de su corta edad, aquel niño
trigueñito de sonrisa clara, asumió el compromiso de ayudar a su madre en el
sustento del hogar.
Sin importar cuánto tiempo ha pasado desde
aquellos días de trabajo y sacrificio, Alberto mantiene indemne el legado que
su padre le ofrendó a través del ejemplo de una vida repleta de solidaridad, ya
que en la casa de los Requena era ley de vida no negarle nada a nadie
La voz del maestro Alberto se quiebra
ante el recuerdo. En sus ojos resplandece la satisfacción por aquel pequeñín
que recogía leña para una panadería, a cambio de 10 bolívares mensuales y dos
sacos de harina vacíos, con los que su madre le cosía la ropa. No había lugar
para quejas, solo agradecimiento a Dios por aquella bendición.
Alberto señala que Juana Bautista remojaba los sacos y le confeccionaba camisas manga larga y pantalones largos a la medida de su responsabilidad, pues a diferencia de otros niños de su edad, Alberto recalca que él jamás usó pantalones cortos. Sonriente nos dice que en una de sus piernas se podía leer Gold Medal, mientras que en el brazo, las letras dejaban ver el nombre de Gran Aguante, que era como se llamaba la harina.
Con esa indumentaria, Alberto acudía a la
escuela. Las burlas de sus compañeritos no pudieron corromper el orgullo de
aquel niño que sabía que las prendas que vestía estaban cosidas con los hilos
irrompibles del más puro amor.
Su madre, una humilde hacedora de
alpargatas, mapires y sombreros, le había traspasado sus más hermosos dones: el
respeto por el prójimo, su fe religiosa y el compromiso irrestricto ante la
palabra dada.
Requena cuenta que como no había radio en
su casa, los únicos contactos con la música tenían lugar cuando la banda tocaba
en la plaza de La Asunción. Recuerda que desde muy pequeño se quedaba
extasiado con el sonido de las notas.
Su mirada embelesada llamó la atención
del bajista de la agrupación, José Genaro Marcano, “Cheíto”, quien le dio tres
reales para que se comprara unas alpargatas nuevas y le pidió que lo ayudara en
la peña, especie de conuco de piñas ubicado en El Copey, donde Alberto recogía
los frutos a cambio de real y medio. Ante la responsabilidad demostrada por el
pequeño, Cheíto lo comisionó de alimentar las gallinas y aumentó su paga a tres
bolívares, los cuales, según el maestro Requena, eran un dineral para la época.

Requena cuenta que en una oportunidad
Cheíto enseñaba música a su hijo Mario y de pronto, se percató de su presencia.
Viendo su interés, le preguntó si quería aprender. Como respuesta, recibió un sonoro Sí Mayor que auguraba pasión y dedicación,
por lo que el maestro no escatimó en su empeño de hacer de aquel pequeño, un
gran músico. Visiblemente emocionado, expresa su profundo agradecimiento para
con su amigo y maestro Cheíto Marcano, sin cuya ayuda no habría podido ser lo
que hoy en día es: un músico enamorado de su oficio.
Al tiempo, pasó a manos del director de
la banda, Augusto Fermín, quien se convirtió en su tutor para la ejecución del
corno, y ya a los doce años, era el miembro más joven de la banda del estado
Nueva Esparta.
Lleno de emoción Alberto recuerda que a
sus 18 años acudió a Los Robles a tocar en un concierto, y fue allí, donde el
maestro Augusto Fermín, de manera emblemática bajo la Ceiba del pueblo, le
entregó su nombramiento como cornista de la agrupación musical.
Rememora una anécdota de aquel momento,
cuando fue abordado por un señor que luego de preguntarle si era el miembro más
joven de la banda, le pidió que lo esperara un momentito.
El hombre regresó con una revista llamada
Margariteñerías, la cual traía
insertas algunas partituras. Al verla, Requena se puso a interpretar la línea
melódica de una canción, y de inmediato las personas lo rodearon para
escucharlo. Al terminar, el hombre le confesó que tenía años con la revista sin
saber lo que contenía.
Al regresar a su casa, Alberto contó a su
madre lo ocurrido asombrado ante la respuesta del público. Ese mismo día le
juró que en el pueblo donde le tocase vivir, él enseñaría música a quienes
quisieran aprender y los ayudaría a conseguir los instrumentos. Y así lo hizo.
Quiso la causalidad que el pueblo de Los
Robles, que inspiró la promesa del joven cornista llamado Alberto Requena, lo
recibiera como hijo 5 años después, cuando se enamora y se casa con una bella
maestra del lugar llamada Ana Navarro.
La
pareja se establece en la zona, donde trae al mundo a 4 hijos: José Alberto, el
mayor, quien es clarinetista, y está residenciado en Londres desde hace años; las muchachas Ana Cecilia, quien toca el
saxo y el cello, y su hermana Belkys, quien se inclinó por la flauta. Ambas ayudan
a su padre en la formación de los estudiantes; y por ultimo, Alberto José
“Cheché” quien es un destacado clarinetista, que vive en Caracas.

En su residencia, llamada Nazareno,
ubicada en una esquina al final de la avenida 4 de mayo,
Alberto realiza una
loable labor “a la calladita”, como él mismo dice, pues fiel a su palabra, en
su casa funciona el Centro de Educación Musical Musicandi.
Musicandi atiende a 110 alumnos, quienes,
además de recibir la preparación académica necesaria, integran una banda, una
estudiantina y un grupo coral de voces mixtas.
Recuerda que su iniciativa comenzó con 5 niños; sin embargo, la
matrícula se multiplicó de manera vertiginosa, convirtiéndose en una referencia
para propios y extraños. La escuelita atrajo estudiantes de todas partes y
de todas las edades.
En Musicandi los asistentes cuentan con
profesores pagados gracias a un pequeño aporte que hace la municipalidad. Además,
los alumnos reciben el instrumento y las partituras necesarias para los ensayos
y conciertos, gracias al esfuerzo del maestro Requena y su esposa Ana Navarro,
quien una vez jubilada, se entregó en cuerpo y alma a respaldar la iniciativa
del hombre que ha sido su compañero durante 48 años.
La pareja, en una suerte de confesa
complicidad, abre cada día las puertas de su hogar para darle paso a la
vitalidad de los niños.
Alberto
enseña con orgullo la fotocopiadora, las partituras, el cuarto para atriles e
instrumentos, el termo con hielo y agua bien fría, y los ventiladores, alegando
que todo está a punto cuando llegan los muchachos y la casa comienza a
estremecerse con las notas musicales, transportadas por la fresca brisa del
patio, donde muchas veces los violines se cobijan a la sombra de la mata de mango.
Entre sus discípulos cuenta a músicos de
la talla de Luis José Ávila Aguilera, Pedro Ávila y Jesús Alberto Guerra,
lamentablemente ya fallecidos; a José
Concepción Ramos y Eugenio Blanco, hoy subdirector de la banda; a sus 4 hijos,
todos extraordinarios músicos, y destacados alumnos, como José Gregorio Ramos,
quien actualmente integra la Orquesta Típica Margariteña, dirigida por el
maestro Alberto Valderrama Patiño.
Requena ha compuesto más de 200 temas,
entre merengues, danzas, boleros, pasodobles, aguinaldos, himnos y diversiones,
donde recoge la idiosincrasia del roblero y el alma margariteña.
Se integra con sus creaciones a las
celebraciones culturales y religiosas del estado neoespartano en honor a la
Virgen del Valle, patrona de la isla, y las festividades organizadas para
rendir homenaje a la Virgen del Pilar, patrona de Los Robles.
Sus temas han sido interpretados y
grabados por gran cantidad de músicos.
Algunas de sus piezas más representativas
están recogidas en el disco Canto a mi
pueblo, donde Requena deja constancia de su alma de poeta, deleitándonos
con bellas composiciones, entre las que destaca un bolero titulado Imposible, escrito y dedicado a su
esposa Ana.
Recientemente, el maestro Requena fue
ovacionado durante un acto público, donde la comunidad en pleno exigió a las
autoridades colocar su nombre a la Escuela de Música inaugurada en Los Robles.

Con merecido orgullo, relata que la
semana Santa del año 2013 se vestirá de gala en Los Robles para recibir el
estreno de una magna obra sacra que pone en partitura el vía crucis de Jesús…
Los jóvenes ensayan incansablemente, pues saben que el maestro cuenta
con ellos para homenajear al Santísimo y se suman felices a consolidar la
ofrenda…

Nos despedimos de este programa con el
gusto de saber que cada vez que un cuatro vibra, Requena saca una nota que
plasma sobre su pueblo, en medio de ese maravilloso pentagrama que los contiene
a él y a su esposa Ana, ejemplos de luz en la azulísima tierra de las perlas.
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