N° 13. Miguel Antonio Monroy, A mi manera

Textos: MIguel Hurtado
Adaptación: Yurimia Boscán

 

Todo en la vida es flor: Las oraciones
de la Cristiana fe son azucenas;
lirios son las angustias y las penas
y claveles los rojos corazones.

Rosas son las fugaces ilusiones,
jazmín, el sueño de las niñas buenas,
y magnolias y dardos y verbenas
los deseos, las glorias y ambiciones.

La gratitud es pobre trinitaria
que las miradas de la gente esquiva,
el recuerdo, la humilde pasionaria.

La esperanza, la débil sensitiva;
y modesta, sencilla y solitaria,
la madre con su amor. ¡Es siempreviva!


Felicia Monroy inicios de 1900,en litigio con Marcos Belmonte


 
En una Caracas que se abría paso en el siglo XX con una arquitectura que imponía el aire neoclásico cultivado en la época guzmancista, nace Miguel Antonio Monroy un 29 de septiembre de 1906.
Sus padres, Miguel Monroy y Felicia Monroy, ambos descendientes de inmigrantes isleños, fijan su residencia en la parroquia San Juan, ubicada en la zona central de la ciudad.

Miguel Antonio, un jovencito de tez clara y de ojos azules, crece  fiel a las costumbres de la época. La sólida educación moral que recibe de sus padres consolida los preciados principios que lo acompañan hasta el final de sus días haciendo de él un hombre honesto, emprendedor, organizado y amable con todas las personas que conocía.

Miguel Monroy estudia hasta el cuarto grado de educación primaria en el Colegio San José del Ávila, ubicado en la parroquia San José; allí desarrolla el don que había traído consigo para el dominio de los números y de otras áreas que lo apasionaban.
 Las matemáticas, el lenguaje, la geografía y la historia son, en definitiva, el terreno fértil donde Miguel abona con tenacidad, empeño y disciplina las enseñanzas que recibiera del padre Machado. 


Miguel Antonio solía contar a sus hijos una anécdota que recogía el temor de toda una ciudad. Era febrero de 1916. Con la mirada perdida, Miguel relataba que aún le parecía ver cómo la gente rezaba y se arrodillaba en medio de la calle, atemorizada ante la oscuridad que, súbitamente y en pleno día, se había cernido sobre ellos.  Poco sabía él de que mientras eso ocurría en su Caracas natal, la ciudad de Tucacas recibía a un conglomerado de científicos argentinos e ingleses, quienes trataban de probar las teorías de Einstein durante el eclipse total de sol.
Otro recuerdo que ensombrecía el rostro de Miguel al hablar, fue la plaga de langosta que cubrió el cielo venezolano entre los años 1911 y 1913, época difícil por demás para la agricultura del país.
Con su voz cálida, y su peculiar manera de enseñar la historia a través de vivencias y recuerdos, Miguel Antonio relataba a sus hijos que para contrarrestar la plaga, en algunos estados se decretó que todo niño mayor de 12 años debía sumarse a la lucha contra las langostas.
Miguel era una suerte de enciclopedia viviente que disfrutaba contando los acontecimientos más relevantes de su época.  Su placer de narrar iba paralelo al  interés que suscitaba entre sus escuchas, quienes solían sorprenderse con la exactitud que Monroy refería hechos y sucesos que luego encontraban en sus libros de historia.

Relataba que en 1918, debió enfrentar la epidemia de gripe española, conocida por aquel entonces como La Peste Negra.  Fueron tiempos duros para toda la familia, quienes veían con terror cómo los cadáveres de las víctimas eran recogidos en carretas y lanzados en una fosa común conocida como La Línea, en el Cementerio General del Sur.

Por aquel entonces, Miguel Antonio tenía 12 años y ayudaba a un tío a despachar en una bodega, ubicada en el centro de Caracas. El frecuente contacto con los clientes fue propicio para que el niño contrajera la terrible enfermedad.
No recuerda cuánto tiempo estuvo delirando por la peste, pero nunca dejó de repetir con el mismo estupor del momento, que cuando se recuperó, su tío lo llevó hasta el patio de la casa, donde había un ataúd esperando por él ante las pocas esperanzas de vida que tenía. 

Miguel Antonio sobrevive y ese mismo año ve llegar al mundo a su hermano Gumersindo Humberto, a quien ayuda a criar desde que tenía 7 años. 

 Eran tiempos duros y habían quedado huérfanos. A Miguel Antonio le tocó, con tan solo 19 años, asumir el reto de sacar adelante a su hermano menor. 
 Con una personalidad férrea, no titubeó ni un segundo en encargarse de la economía familiar; no obstante, el joven jamás descuidó su formación, la cual continuó de manera autodidacta.  

Para la época, los cursos por correspondencia constituían una alternativa para quienes no podían asistir al colegio. Es así como el joven aprende electricidad  e inglés.

La carpintería, la albañilería, la plomería, la jardinería y la agricultura doméstica serían otros oficios que cultivaría con excelencia el joven Miguel Antonio, quien dotado de un espíritu inquieto y gran sensibilidad para la música, también aprende a rasgar el cuatro y la guitarra.

En sus años maduros, solía acuñar de manera permanente que “de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”, mientras tarareaba la canción Bésame mucho, una de las favoritas de su progenitora.

Otro de los aspectos relevantes en la personalidad de Miguel Antonio, fue su entusiasmo por los deportes, y aunque se destacó como ciclista y nadador, su debilidad fue siempre el béisbol.  Jugó en equipos antecesores del Royal Criollos, que posteriormente llevó a los Leones del Caracas. 

Era maravilloso oírlo relatar el memorable encuentro contra el equipo del mismísimo Juan Vicente Gómez, cuando se vieron en la necesidad de abandonar el campo porque estaban venciendo al equipo del Benemérito, quien se encontraba presente. 
 
Además del deporte, la sangre isleña, con su carga ancestral, se impone y lo lleva a destacarse en el oficio de comerciante. Más adelante, se convierte en croupier del Sans Souci, bregando incansablemente en los clubes caraqueños de entonces.

También fue sastre y trabajó confeccionando los trajes en las reconocidas sastrerías Dovilla y Dorsay, referencias en el vestir masculino del momento.
Sus actividades laborales van a la par con las costumbres  de la época: el juego del candado y los carnavales eran los momentos más esperados por Miguel para darle rienda suelta a una sana diversión que solía compartir con su hermano menor.

Nacido durante el mandato de Cipriano Castro, Miguel vive su juventud en la efervescencia de la dictadura gomecista, lo que le obliga a alternar la responsabilidad del trabajo y la represión de los toques de queda, con las las escapadas de las persecuciones de los chácharos. 

Tras la muerte de Gómez y con López Contreras en el poder, Miguel Antonio es testigo de los sucesos acaecidos el 14 de febrero de 1936, cuando numerosos caraqueños acuden a la plaza Bolívar a protestar ante el gobernador Félix Galavis, la suspensión de garantías y la censura de prensa.  Los pacíficos manifestantes fueron acribillados.
Ante la violenta agresión, Miguel Antonio se refugia en el foso donde los músicos de la Banda Marcial de Caracas guardaban sus instrumentos.
El recuerdo de este episodio estremecía a Miguel Antonio, quien relataba cómo los heridos mojaban sus dedos en sangre y escribían sus reclamos en el piso de la plazoleta.
En un mundo libre de la televisión, Miguel Antonio es un extraordinario bailador, dejando boquiabiertos a quienes lo veían danzar al ritmo de tangos, pasodobles, valses y joropos.  Esa condición se crecía con sus habilidades para jugar dominó y piropear muchachas en la plaza bolívar, donde se recreaba escuchando a los limpiabotas silbar fragmentos completos de óperas famosas.

La vida adulta de Miguel Antonio transcurre plácida entre los amigos que se reunían en la plaza, los juegos del frontón de Jay-a-lay, los pasteles de Fricá, los paseos a Los Chorros y el mondongo de Jaime Vivas, elementos que magistralmente recoge el maestro Billo Frómeta en su pieza  Sueño caraqueño  
 Contrae matrimonio con la joven Rosa Santeliz, y fruto de esa unión tiene dos hijos: Alba y Antonio José, pero la fatalidad lo toca y queda viudo al poco tiempo. 
 
Años después se une en matrimonio con Cristina Vera, quien trae al mundo a su hija Miriam.
El destino pone en su camino a su tercera compañera.  Con los ojos iluminados por el recuerdo de aquella tarde memorable, relataba que conoció a la mujer de su vida en la estación del tren de Caño Amarillo, cuando junto a su amigo Juan Ibarra esperaba la llegada de Carlos Gardel, quien venía a cantar a la ciudad.  Enamorado de quien se convertiría en su eterna compañera, en 1945 se une a Clara Rosa Hurtado. De esa unión nacen sus hijos: Felicia, Miguel Humberto, Maigualida y Miguel Antonio.
Con esfuerzo, tesón y constancia, Miguel Antonio logra comprar una pequeña vivienda en pleno centro de Caracas, la cual se distinguía del resto por el hermoso jardín que Miguel Antonio cultivaba con esmero. Allí, las rosas convivían armónicas con los tomates, limones, berros, pepinos y quinchonchos sembrados por él, y que eran la envidia de propios y extraños.  
La dictadura de Pérez Jiménez  expropia la casa por una porción de su valor, ante la inminente ampliación de la avenida Sucre.

 Con una familia que mantener, Miguel Antonio decide buscar nuevos aires y se muda para el barrio El Rincón, en Los Teques.  Los niños crecen formados en el ejemplo del padre, quien los educa bajo los mismos principios que él recibió. 

Les inculca el amor por los estudios y alimenta sus espíritus curiosos con la lectura, las charadas, los ejercicios mentales, la música, las artes, y  la vida en toda su humana dimensión.

Las frías mañanas tequeñas se aderezaban con la lectura de la prensa que, al igual que la leche fresca y las arepas calientes, eran llevadas hasta la puerta del hogar.
Son años de lucha que Miguel Antonio aliña con la amistad de sus vecinos de El Rincón, con quienes teje estrechos vínculos.  Las familias Méndez, Pérez, Purroy, Silva-Marciales, Maldonado, así como Fernando Díaz, Pires, Juan Ibarra,  Roberto, el Dr. Lucena, los hermanos Oropeza, Repillosa, Mérida, Rubén Verne, Luis Rivas y Alberto y Germán Ruiz, abonan la amistad sincera e influyen en unos niños que son ejemplo de la comunidad.
 La casa de Miguel Antonio es una casa abierta donde los amigos de sus hijos encontraban cariño y calor de hogar.

Sus hijos refieren que, como católico devoto de la Virgen del Socorro, Miguel Antonio acudía anualmente a Choroní con su compadre Juan Ibarra, para donar la manta y el palio
de la patrona, pues eran los encargados de vestir y preparar a la imagen para las festividades religiosas.
De estirpe bravía, de salud, sentimientos y convicciones inquebrantables, Miguel Antonio respalda su permanencia terrena con una gran fuerza interior con la que arropa a los suyos.
 
Contaba que en una oportunidad se fue a la isla de Margarita con su hermano Gumersindo de 58 años, quien desde muy joven había huido de su tutela para hacerse marinero.
 Los 70 años de Miguel Antonio no le impiden bucear por el interior de un buque hundido en Puerto de Piedras.
La aventura se sella dos días después con la maniobra del hermano marinero, quien ante el asombro de Miguel Antonio, saca la barca que manejaba de una fuerte tormenta. El orgulloso recuerdo de ver luchar sin tregua a aquel lobo de mar contra el embate de las olas acompañará a Miguel Antonio Monroy hasta el final de sus días.
 Sus hijos, enseñados con el tesón que caracteriza a quienes aprenden de la vida y sus saberes de manera autodidacta, crecen cultivando la música y la poesía; no obstante, germinan y florecen en sus distintas profesiones, desde donde han contribuido al desarrollo del país.
Miguel Antonio Monroy, portador de una cédula de tan sólo 4 dígitos, fue un hombre común, emprendedor y romántico que entretejió sus obligaciones con la magia de las pequeñas grandes cosas de la vida:
Las horas dedicadas a armar sus hermosos nacimientos, a los que agregaba efectos y montajes escenográficos, su afición a los aguinaldos, el humor siempre presente en su accionar, su pasión por los crucigramas y dameros de El Nacional, su amor por la lectura y su amor por la lectura, que siempre guardó con celo.

Miguel Antonio Monroy creció con el siglo XX.  Su historia es ráfaga fresca que se eterniza en el devenir de quien cultivó el amor como el más grande sentimiento que lo define.
Miguel Antonio deja el plano terrenal en febrero de 1985. Siempre se distinguió por respetar las normas sin obligarse con ellas… fue un hombre de orden que logró vivir intensamente… a su manera.








2 comentarios:

  1. jose luis gonzalez hurtado27/11/12, 20:52

    Excelente programa mil felicitaciones me enteré de muchas cosas que no pude escuchar lastimosamente de boca de mi abuelo miguel Antonio monroy

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  2. jose luis gonzalez hurtado27/11/12, 20:53

    Excelente programa mil felicitaciones me enteré de muchas cosas que no pude escuchar lastimosamente de boca de mi abuelo miguel Antonio monroy

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