Textos: Yurimia Boscán

Lo
que la fotografía reproduce al infinito, únicamente ha tenido lugar una sola
vez.
La fotografía repite mecánicamente, lo que nunca más podré repetirse
existencialmente.
Roland
Barthes.
La cámara lúcida
El
15 de febrero de 2011, alrededor de las 4 de la tarde, su corazón hizo el
último clic… Se apagaba la vida de Walter Amed Boscán León, un hijo compartido
de Los Teques y La Victoria, ciudades donde fue dejando la huella de su cámara
en incontables y extraordinarias fotografías…
A la edad de 6 años llegó Walter a Los Teques, pueblo
mirandino de neblinas que lo vería crecer entre los manantiales y grillos de
sus montañas queridas de Carrizal, donde encontró la sonrisa de niño que nunca
más arrancó de su rostro…
Hijo y hermano de artistas, heredó la fuerza expresiva
de su madre Josefina León, de quien aprendió la templanza…pero esta fuerza
seria arropada por el mundo mágico de la abuela materna, que lo acompañó hasta
su adolescencia con rezos y letanías que Walter, años después, evocaría en las
manifestaciones populares magistralmente plasmadas en sus imágenes en un afán
por retratar las simples cosas.
Walter
decía que en Venezuela el artista de la fotografía aprendía en la calle y se
enriquecía con el contacto con sus compañeros…
Para él, el
maestro, visto como apoyo y como guía, se trasmutaba en sus colegas, con
quienes permanentemente se nutría.

El culto al arte de atrapar instantes y revelarlos con
matices de blancos, negros y grises llegó a su máxima expresión, gracias a la
influencia que sobre Walter ejerciera su amigo y maestro Edsel Durand, con
quien comienza a experimentar con profundidad la esencia del daguerrotipo,
atrapado en el sortilegio eterno de una caja negra y un punto de luz.
Ambos fotógrafos emprenden un camino que los llevará a
entrelazar sus almas con un pueblo entero reconocido en sus costumbres y
tradiciones.


Amaneció febrero
mes de la fiesta fraterna que reúne
Máscara enamorada…Nadie notó a la muerte deslizarse
Nadie atisbó a leer sus entrelíneas
Pero ella saltó veloz sobre su presa
y nos llevó a todos hasta el fondo
atrapados en su ciclo
Manido febrero traidor de poco vuelo
Aún duelen los pasos y el camino
Aún el clic de la cámara sobresalta la sonrisa
Aún el perro husmea algún regreso
Sólo este salmo abandono
Salmo cabrón
Salmo farsante
Salmo atormentado
Un ronroneo de gata perdida
Dos quincenas que pagan dolor sobre dolor
Puerta que toco para que salgas
y me abraces y me cuentes y me enseñes
tus sueños de mago tapizando la casa
Nadie sabe cuánto duele febrero
cuánto rasgar de guitarra se revive
sobre las ruedas de la bicicleta de la infancia
¡Ah, malaya la muerte que nos cerca en múltiplos de dos!
y uno sin saber contar en medio del desierto…



Sus cenizas fueron esparcidas en las montañas de Pie de Cerro, en La Victoria, como un tributo al aire que remontaba con sus papagayos cuando niño. Quienes lo amamos jamás olvidaremos su cara de niño hombre, su ojo de poeta y cazador de luciérnagas eternizados en gestos antiguos y claroscuros...

Encuentra
la luz y acompaña a tu hermano Atahualpa hasta que volvamos a reunirnos.
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