TEXTO: YURIMIA BOSCÁN
En
tiempos de paz
hacen falta guerreros portadores de la luz.
En tiempos de
convulsión y turbulencias como éste,
hacen falta guerreros del amor,
sembradores
de semilla
de una nueva humanidad.
La casa
humilde de los Chapellín-Díaz se estremece con los gritos de la joven Aurora,
quien asustada ante las arremetidas del niño que pujaba por nacer, avisa a su
esposo, Juan Lorenzo Chapellín Lira, la llegada del ansiado momento.
El nombre
de aquel niño es BENITO JOSÉ CHAPELLÍN DIAZ y nació el 8 de octubre de 1943, el
mismo año que Armando Reverón elabora su famoso Macuto, y Alejandro
Otero realiza su Autorretrato.
Estos dos grandes maestros del
arte venezolano signan con sus obras inmortales la llegada al mundo de quien también se
convertiría en un importante artista plástico, reconocido y querido tanto por
su obra, producto de largos años de formación, como por su don de gente, su
gentileza y su espiritualidad.
Benito es el primero de los seis hijos que traería al
mundo la pareja. Le siguen Eucarys, Juan, Eligio, Domingo y Lucy, sus hermanos
menores.
Su infancia fue un permanente encuentro con
riachuelos y manantiales en la tranquila zona agrícola de San Antonio de los
Altos, caracterizada por la hermandad entre sus habitantes, la mayoría
comuneros descendientes de inmigrantes canarios llegados a la localidad en
1692.
Fueron tiempos de querencias infinitas que Benito
evoca cuando menciona a su perro “Travieso” que murió defendiéndolo de una
serpiente.
Cuenta que a
los 6 años se le ocurrió llenar un frasco con pececitos que sacó del riachuelo.
Pensando en brindarles un hogar más seguro, los llevó a vivir al tanque de la
casa.
Su cara se torna pícara al recordar el alboroto que
se armó cuando del chorro de la cocina salieron peces…
Benito refiere que el germen de su oficio vino
heredado en la esencia de sus padres. Ser hijo de un alfarero amante de la tierra, y de una
mujer que labraba las telas con hermosos bordados, despertó su interés por la
expresión plástica.
Hurgando en su memoria, Chapellín revive el tiempo de
la escuela primaria.
Los nombres de sus queridas maestras Dilia Delgado de
Bello y Yolanda Biord, acuden a sus labios convertidos en dulces adjetivos.
Refiere que por aquellos días descubrió un inmenso
pendón con la imagen, tamaño natural, del cacique Guaicaipuro.
El hallazgo despertó en él la inquietud por la forma
y el volumen. Años después, estos elementos emergerían convertidos en la
gigantesca estatua popularmente conocida como El Indio, una emblemática obra
que cumplió 38 años en octubre de 2012, ubicada en la cima del cerro Pan de
Azúcar, desde donde se yergue altiva como símbolo de la bravía estirpe de los
indios Teques.
La adolescencia de Chapellín estuvo marcada por
cambios profundos, pues aquel jovencito apegado a los helechos y al canto de
las chicharras, debió mudarse a Los Teques en la promesa del crecimiento
familiar.
La nostalgia por lo perdido abre la puerta de un
universo en el que se sumerge sin titubear.
Sus sentidos se expresan en el color de la tierra, en las sombras de los
recuerdos y en un trazo que anuncia una manera única de gritar desde la tela y
el bastidor. Esa fue la magia de aquel
Chapellín niño que, con pintura de caucho, recupera lo extraviado y plasma su
nostalgia por un paisaje arropado por el frío.
La ciudad implicó para Benito ayudar al padre en el
sostenimiento del hogar: Estudia de noche en el liceo Muñoz Tébar, y labora de
día en un almacén tequeño.
Las responsabilidades no merman sus ganas de pintar,
y punzado ya por la esencia del artista, se decide a estudiar Dibujo por
correspondencia.
Paralelamente, incursiona y se destaca en el mundo
del ciclismo. No obstante, mientras sus piernas pedalean y triunfan, sus manos
ansían algo más que el manubrio de la bicicleta.
Decidido por
la Plástica, se traslada a Caracas y asiste al taller de Carlos Galindo, “Sancho”, donde estudia Dibujo
artístico, introducción a la figura humana, retrato, rotulación, dibujo
publicitario y pintura.
Prendado del talento de su pupilo, Sancho le pide
quedarse para enseñar a los otros.
La enriquecedora experiencia es crucial para el
futuro desempeño profesional del artista, quien desde su taller en Los Teques
explora diversos caminos: escultura, serigrafía, grabados y retratos. Lo
acompaña su amigo Jorge Chacón, quien fuera otro de sus maestros.
Retorna a la capital e incursiona en el modelaje de la
arcilla con “don Pepe”, un sabio escultor de origen español.
Curtido con la vivencia de quien va del aprendiz al
maestro y del maestro al aprendiz, Benito arriba a la Escuela Cristóbal Rojas
para afianzar el conocimiento adquirido.
En el año 67, las puertas de la Casa de la Cultura se
abren para recibir la primera exhibición de Benito Chapellín.
Es el inicio del torbellino de exposiciones
individuales y colectivas que le labrarán un merecido sitial en importantes
salones nacionales, entre los que destacan el Salón de Artes Visuales Arturo
Michelena, el Salón Nacional de Artes Plásticas, el Salón Nacional Homenaje al
Centenario del Natalicio de Armando Reverón
y el Salón municipal de Pintura de Aragua.
En la década del 70 Benito se convierte en el feliz
padre de dos hijos: Dayer, el menor, y Brian, el mayor, cuya temprana partida
abre un surco de dolor en su corazón.
La voz de Chapellín se entrecorta ante el trágico
recuerdo; sin embargo, sabe que la maestra vida como diría Rubén Blades, nunca
nos deja sin esperanza, y el pintor, que ya es bisabuelo, agradece a Dios por
toda la vida nueva que alegra su existencia.
El amor por la ciudad y la preocupación ecológica de
Chapellín se evidencian en 1977 con la elaboración de paisajes en miniatura,
que simbolizan lo efímero y la inmediatez.
Con la serie Esquinas
de Los Teques, fruto de su paleta vidente, procura resguardar la identidad
retratando casonas y lugares que, años más tarde, serían engullidos por el
concreto.
Siguieron luego los paisajes en azul, con la serie Orígenes,
donde recoge magistralmente la niebla de su infancia.
A medida que sus ojos coquetean con la oscuridad,
Benito se adentra en realidades más densas.
Su colección Contrabando Psicológico plasma el
diálogo con una interioridad que evidencia
sus conflictos existenciales.
Entre los años 80 y 90, Benito realiza la serie Morfocromía, la cual consta de 125
cuadros, de medianos y grandes formatos que conjugan el movimiento y la luz con
sinuosidades orgánicas, creando armónicos laberintos acuáticos.
Para Benito, esta sucesión de pinturas reviste
especial importancia, pues además de ser la última colección que compone antes
de perder totalmente la visión, la misma constituye el grito inconforme de
quien se rebela contra el dolor…
Morfocromía es el rostro de Benito perdido en rasgos que hablan
de la impotencia de lo que no se puede cambiar: la destrucción ambiental, la
muerte del hijo, la luz exigua de sus ojos, la soledad…
El intenso trabajo plástico va acompañado de una
gratificante labor de calle través de la Fundación Macana, un proyecto
sociocultural que Benito emprende junto a su amigo, el poeta Gilberto Gil.
La sede de esta peculiar fundación se instala en
medio del bulevar Lamas de Los Teques, desde donde ambos creadores impulsan
incontables actividades tomando parques y plazas para el arte y la creación.
En 1995, Benito enfrenta la pérdida total de la
visión y decide enclaustrarse en su taller, ubicado en la casa paterna de El
Barbecho.
Los amigos y la calle, con sus infinitas posibilidades
de conocer gente nueva, se distancian del artista, quien se refugia en un incesante trabajo artesanal
durante 3 años. Se vale del diseño de
innovadores implementos mecánicos que le permiten desenvolverse dentro de la
invidencia, manejando sierras, caladoras y taladros para la creación de objetos
de madera y cerámica.
Crecido en la adversidad explora otra dimensión donde
la pérdida de la visión es sólo una manera diferente de andar por la vida. Agradece a Dios la oportunidad de continuar
trabajando con sus manos, las mismas manos que siguen tendidas a la amistad,
prestas para servir.
La falta de luz en los ojos de Benito no le impide
ser iluminado por la fuerza del duende, encarnado en una mujer que alimenta el
fulgor que hay en su alma.
Se trata de su incondicional compañera, Maria Rosa
Maggio, una maestra que llega a su vida para trasmutar el voluntario exilio del
artista en canto de pájaros, los mismos pájaros que anidan en el balcón del
apartamento que habitan en la calle Sucre de Los Teques desde hace 15 años.
Para Chapellín, el nombre y el ser de María Rosa son
una alegoría a la claridad…ella se vuelve ojos y piel para el amado, a quien
ayuda a descifrar un nuevo alfabeto que tiene que ver con los rostros y
sentimientos que ella pinta para él con palabras y música...
Benito hace pausas mientras busca los vocablos que
describan su estrecha relación con quien perfuma sus días de poesía: María Rosa
es la mujer presentida que sostiene su existencia con lecturas que mitigan el
insomnio.
Es armonía espiritual, militante de las
constelaciones que percibe la fuerza de los elementos, en el nacimiento de una
Era que los contiene.Benito se confiesa amante de los Altos mirandinos,
una zona que, pese a toda la voraz depredación ambiental, sigue teniendo un
clima que, de vez en vez, se envuelve de neblina.
Refiere que aunque desde hace 15 años lee a través de
los ojos de su esposa, echa de menos el placer de la lectura, cuando se
sumergía durante horas en las páginas de La
Mirada Interna, su libro predilecto, de autor anónimo.
Se retrata como un eterno seducido de la poesía. Un
hombre honesto, tranquilo y respetuoso de sus semejantes, que cree en el
derecho a la vida en un mundo más humano.
Chapellín en su afán por darse al otro, ha
desarrollado pizarras que facilitan la enseñanza del Braille.
La combinación del arte y la pedagogía con su
compromiso social resume una existencia que se armoniza en el NOSOTROS.
Sus amigos son parte fundamental de su vida,
patrimonio de un alma que apila gestos y entrega desde hace décadas.
Nos despedimos de Benito, noble Guerrero de luz que
sabe que sólo somos un minúsculo punto en la cadena humana que sostiene al
Universo.
BELLA HISTORIA DE NUESTRO PINTOR CHAPELLIN DE LOS TEQUES, ORGULLO DEL MUNICIPIO GUAICAIPURO.
ResponderEliminarHermoso Benito....
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