Texto: Yurimia Boscán
Divina calma del mar
donde la luna dilata
largo reguero de plata
largo reguero de plata
que induce a peregrinar.
En la pureza infinita
en que se ha abismado el cielo,
un ilusorio pañuelo
un ilusorio pañuelo
tus adioses solicita.
Y ante la excelsa quietud,
cuando en mis brazos te
estrecho
es tu alma, sobre mi pecho,
es tu alma, sobre mi pecho,
melancólico laúd.
Poema
Violonchelo, de Leopoldo Lugones
Al rememorar su infancia, hace una alto solemne en la
palabra “abuelos”, pues Pedro se cuenta entre quienes dividen su vida en dos
existencias:
una que se abre como flor en un tiempo ido que lo
enseñó a mirar el presente, y otra, cosmopolita y urbana, que llena de
cornetas el andar callejero por ciudades que contienen cuerpos y almas en
perfecta sintonía con el smog.
Pedro se deja llevar en alas de gaviota y se vuelve niño mientras evoca aquella
tierra perlada de azules paisajes donde, sentado en el regazo de su abuelo Juan
González, escucha por primera vez la historia de Venezuela.
Su abuela, Consuelo González de González, también
perfila una sonrisa en el rostro de la añoranza y tibia la memoria de Pedrito,
quien se crece ante el alboroto de afectos que llegan de su pasado. Cuenta que ella era maestra y tenía su escuelita
en el fondo de la casa, razón de más para que él, sus hermanas y primos,
acudieran cada tarde a conjugar el heroísmo de los próceres margariteños con
las matemáticas y los dictados.
Su otra abuela, Mamama, como cariñosamente llamaba
a Manuela Marcano, vive para Pedrito en el lugar heroico de la ternura. Todavía le
parece sentir la firmeza de aquella mano que lo sostenía en medio de la
multitud, mientras que él, anudado a su amor, recorría las calles de La
Asunción aquellas Semanas Santas que descollan en sus evocaciones con toque de
redoblante.
Con la tierra salpicada por la sal de un mar bravío, que lleva en sus olas las
promesas de quien parte y jura volver, Pedro se deja arropar por la fuerza de
nuestras tradiciones, y monta sobre el retablo de su venezolanidad, la
nostalgia por las plegarias de los fieles que se esperanzan en el milagro de su
fe.
Pedrito es hijo de Pedro José Vásquez Marcano
“Perucho”, un abogado originario del cerro Copey, en La Asunción, famoso por su
honestidad y por no haber perdido ningún caso, y de Carmen Teresa de Vásquez, quien aprendió a
combinar profesión y espíritu, pues como bioanalista, atiende a todos los que
la necesitan, sin importar si recibe a cambio pescado o verduras. Ambos se conocieron durante las vacaciones que la
joven Carmen Teresa, proveniente de Tucupita, decidió pasar en Margarita, isla
que se convertiría en su hogar y en el hogar de los cinco hijos que bendecirían
su unión.
De sus hermanas, Glorys, Mónica, y Virginia; y de José Antonio, su hermano,
Pedro atesora vivencias que lo devuelven a aquel tiempo cuando, ajenos a las
responsabilidades, almacenaban conchas marinas bajo la almohada de la infancia.
Pedro aprendió a humedecer su alma con el agua
límpida de la poesía, pues a los 6 años recitaba de memoria los poemas de su
abuela Consuelo, maga que le abrió la
senda hacia las artes, pues además de signarlo con el conjuro de palabra
poética, le enseñó sus primeros trazos en la pintura.
Era tanta su fascinación por el arte, que Pedrito
pasaba horas contemplando reproducciones de las obras famosas del Renacimiento
italiano... Su abuela, admirada por las aptitudes de su nieto,
lo inscribió en las escuelas de pintura Francisco Narváez y Pedro Ángel
González.
Dotado de
cualidades que no daban cabida a la timidez, el niño pronto se vuelve
imprescindible en los actos del Grupo Escolar Estado Zulia, donde estudió su
primaria.
Asume
con propiedad su rol como emisario de la palabra, y representa a su colegio en
las embajadas culturales que solían realizarse por todo el estado Nueva
Esparta.
Pedrito cuenta que su padre es fanático de Schubert,
su madre oye boleros y suspira con las letras de Serrat, y su tío Jesús González,
es un famoso compositor regional, de allí su herencia de fusionar géneros y
estilos, y combinarlos con ritmos disímiles. Con ese
acervo en el territorio del mundo sonoro, a los 6 años Pedro ya es parte del
coro de la iglesia, dirigido por Melchor Suárez, un músico excepcional que lo
enseña a cantar aguinaldos.
A los 9 años, la iglesia y sus cantos angelicales son
escenario para el surgimiento de un amor platónico: Pedrito pone sus ojos en una joven mayor que
él y padece profundamente aquel amor inalcanzable. A pesar de su corta edad, combina lo sagrado y lo
profano: Descubre los vaivenes del despecho y se deja arrastrar por la música
de Alice Cooper, Púrpura Profunda y los Bee Gees,
Cada
tarde, se abalanza sobre el picó para poner una y otra vez sus estruendosos
discos de acetato, seguido por las miradas recelosas de las abuelas.
En el liceo,
Pedro afina su gusto por las agrupaciones que en los 60 revolucionan la música
mundial. El
descubrimiento de Los Beatles insufla su ánimo de convertirse en músico, pero
se debate entre el rock y la música clásica.
Cuenta que su madre se asustó muchísimo con la
decisión; no obstante, su padre lo anima a seguir su sueño, en la confianza de
haber visto un talento natural que profetizaba el éxito.
Pedrito
recuerda sonriente los días de animados conciertos playeros, donde pasaba hasta
3 días tocando con su banda La Guasacaca
Maldita, con la que compartió tarima con artistas nacionales de los 80:
Melissa, Guillermo Dávila, Aguilar, Frank Quintero y Pablo Manavello, entre
otros
El arrebato del rock se encuentra con la disciplina
de la música académica, gracias a la influencia que sobre Pedrito ejerce el
cellista y guitarrista, Rodney Hinojosa, quien se convierte en faro para el
alma sonora de su amigo.
Pedro recuerda emocionado su primer concierto como
solista en Puerto La Cruz: tenía 15 años y junto a la Orquesta Sinfónica de
Margarita, interpreta de manera impecable el concierto en re mayor para
guitarra y orquesta, de Vivaldi.
Vive el tiempo mágico de entrelazarse con quienes andan
senderos que pronto desembocarán en rutilantes caminos, y se vincula con gente
que, como él, tiene el escenario tatuado en las líneas del destino: Un ejemplo son sus amigos Glotijn, hoy convertido en
un importante rockero en España, donde es conocido como Rob Charbel, y
Max Cuenca, el chamo que le devela la existencia de Jethro Tull, grupo que,
según las propias palabras de Pedrito, le terminó de freír el cerebro.
Atrapado ya por el pentagrama, en octubre de 1987 Pedro
se muda a Caracas para continuar su formación en el Instituto Universitario de
Estudios Musicales (IUDEM). Para él
no hay palabras que puedan expresar el privilegio de haber tenido como maestros
a William Molina y Paúl Desenne.
Fruto
de esta estrecha relación, años más tarde, Desenne y Pedrito, coproducirán, al
lado de Alonso Toro, el disco Alzheimer, una propuesta
experimental que desborda virtuosismo.
Estos
recuerdos, al igual que sus ensayos y presentaciones como miembro fundador de la Orquesta
Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, permanecen
intactos en su memoria. Son días de conciertos y “tigres”, al calor de los
buenos encuentros, la buena música y la improvisación.
Las
lecturas Hesse y de Carpentier son el telón
de fondo para Pedrito, quien se empeña en vivir la vida con la desbordante alegría
de quien se sabe perdido en el camino correcto.
Al lado de sus entrañables amigos, Javier Montilla, Rafael “El Pollo” Brito, y posteriormente, Orlando Cardozo, integra la agrupación Pabellón sin Baranda.
Con la
propuesta estética de Pabellón, los jóvenes le dan un vuelco a la música venezolana, y al poco
tiempo, se convierten en vanguardia de un estilo que es referencia musical
dentro y fuera del país.
El repertorio,
recogido en dos extraordinarias producciones discográficas, incluye las piezas Elegía, Paraguachí, Tonada slava,
Stravismo y Malagueña armenia, todas de la autoría de Vázquez.
Pedro también se desempeña como docente en los diversos núcleos del
Sistema Nacional de Orquestas Juveniles
e Infantiles de Venezuela. Ha
perfeccionado sus estudios de cello con los profesores Philippe Muller, Franz
Helmerson y Janos Starker
Es locutor y productor de los programas radiales que trasmite Radio
Nacional de Venezuela: América Latina:
Territorio Pop y Planeta Cangrejo,
este último destinado al público infantil y galardonado recientemente.
Participa como músico en la Orquesta Jóvenes Arcos y
la Orquesta de Cámara Venezuela, y ha incursionado en la composición de la mano
de Blas Atehortúa y Leo Broker, aportando creaciones para teatro y grupos de
cámara.
Mención aparte
merece su incorporación a la agrupación Tuyero
Submarín, nacida en 2001 y cuya propuesta sui géneris aglutina variadas tendencias musicales a partir de la imaginación, humor
y talento de sus integrantes: destacados
solistas, arreglistas, compositores, poetas, humoristas, artistas plásticos, y
hombres de leyes y letras que han aprendido a borrar las fronteras entre los oficios
de la cotidianidad y los géneros musicales.
Este margariteño de pura cepa, no puede dejar de
mencionar a su compañera de vida desde hace años: la poeta y actriz Libeslay
Bermúdez, libélula de luz que ha iluminado gran parte de su camino.
Su corazón oriental se vuelve muelle para que
lleguen a él los nombres de sus amigos: Matías Herrera, Andrés Barrios, Pedro
Guerrero, Livio Arias, Alberto Lazo, Andrés Eloy Rodríguez, Javier Montilla,
Bartolomé Díaz y Nicolás Real, entre muchos otros que navegan en el mar de su
patrimonio afectivo.
Enamorado del
blues, de la salsa brava y del rock, Pedrito adapta canciones del pop al joropo
central, se desgarra con un soul, se sublimiza con Bach, y fusiona la locura de
quien frasea, a lo Bobby Mac Ferry, un vals de Lauro ante el asombro de quienes
escuchan la ejecución vocal como una suerte de afinadísimo trance: Un maravilloso aprendizaje dado por otro de sus maestros, el cubano Leo
Brouwer, quien le enseñó a dejarse llevar por el delirio y a ver más allá del
bien y del mal…allá donde su inigualable sonrisa jamás deje de dibujarse en su
corazón.
Despedimos este programa con la sensación de
haber sido bañados por ese mar de madera que desata tormentas en las manos de Pedro
Vázquez, manos prodigiosas que tocan el cielo desde cello y despuntan en
merecidos aplausos para un virtuoso